"El lenguaje está vivo: todo lo que se construye, se puede analizar, deconstruir y transformar"
El lenguaje es una herramienta fundamental que influye en nuestra visión del mundo, pues a través de él transmitimos y reforzamos ciertas creencias e ideas. Lamentablemente, el español contiene numerosos sesgos sexistas que invisibilizan a las mujeres, como el uso frecuente del masculino genérico y la falta de representación femenina en ejemplos y definiciones. El Diccionario de la Real Academia Española (DLE) no escapa a estas cuestiones, pues si bien ha mejorado en revisiones recientes, aún contiene definiciones sexistas, asimetrías de trato y falta de términos relacionados con la experiencia femenina. El lenguaje inclusivo no busca imponer formas de hablar, sino proveer herramientas para nombrar a las mujeres de manera visible, respetuosa y no discriminatoria, a diferencia del "lenguaje políticamente correcto".
Este es el contexto del texto que adjuntamos, donde la autora repasa una serie de situaciones importantes de leer en relación con el feminismo y el lenguajes.
Un extracto del prólogo:
Este libro nos muestra la forma en que se construye y se perpetúa el machismo a través de la lengua, pero también hace visible el antifeminismo de esta institución. El antifeminismo es una reacción contra la lucha por la igualdad, la libertad y los derechos humanos de las mujeres, y es tan antiguo como el feminismo. En el siglo XXI el antifeminismo está aumentando, porque los logros de la lucha feminista son cada vez más grandes: en la medida en que la sociedad va cambiando, el antifeminismo va también oreciendo como una forma de resistencia con el objetivo de que nada cambie y el patriarcado permanezca.
El lenguaje está vivo: todo lo que se construye, se puede analizar, deconstruir y transformar. La buena noticia es que no tenemos por qué resignarnos a pensar con unas estructuras lingüísticas moldeadas por el poder patriarcal, y además podemos inventarnos cuantas palabras queramos para transformar nuestra forma de expresarnos y comunicarnos. Solo es necesario echarle imaginación, ponernos creativas y ser valientes: todas las sociedades humanas transforman su realidad a través del lenguaje, y estamos en un momento en que millones de personas quieren cambiar el mundo y creen que otras formas de pensar, de hablar, de organizarnos y de relacionarnos son posibles.
La RAE no es la única institución que se niega a adaptarse a los nuevos tiempos, pero es una de las más importantes junto con la Iglesia católica y los medios de comunicación. Muchas de ellas siguen igual que hace siglos, reprimiendo, invisibilizando, ridiculizando e incluso criminalizando la luchade las mujeres por un mundo mejor. En el caso de la RAE, María nos cuenta cómo sus miembros sostienen una absurda lucha de poder contra las feministas que apuestan por un lenguaje inclusivo, y cómo se posicionan del lado del bando dominante escudándose en la tradición. Son capaces de admitir como válidos usos de la lengua que antes eran incorrectos, como el término asín, pero se niegan a introducir términos creados desde el feminismo para nombrar realidades que a ellos no les gustan. No es una academia neutral ni objetiva: ninguna institución científica lo es. La estructura, funcionamiento y filosofía de la RAE están cargadas de ideología machista, pero en lugar de practicar la autocrítica y adaptarse a los nuevos tiempos, sus dueños reaccionan con rabia ante las mujeres feministas que analizan, desmontan y proponen cambios profundos en la forma de comunicarnos.
Y sin embargo, a veces dudo seriamente sobre esta posibilidad, sobre todo cuando un piloto insiste en llamarme señor y viajero. Desde que dejé de utilizar el masculino para referirme a mí misma, me resulta insoportable que los demás lo hagan. En lugar de decir: “Uno no sabe qué pensar”, digo, “una no sabe qué pensar”. No soy doctor, soy doctora en Humanidades, no soy un ciudadano, soy una ciudadana, no soy un papá, soy una mamá. Y desde que lo tengo tan claro, siento que el uso del masculino no es producto de la ignorancia ni de la costumbre: es una forma de posicionarse políticamente ante el uso de la lengua. Negarse a usar el femenino para referirse a un grupo de treinta mujeres y dos hombres no es un acto inocente: es una forma de dar relevancia a dos varones por encima del resto de sus compañeras. En cambio, el uso del femenino indigna mucho a la gente sin conciencia feminista porque les parece que se excluye a los dos hombres, y cuando hay treinta hombres y dos mujeres, no se contempla la necesidad de incluirlas: quedan diluidas en el masculino, y de alguna forma, quedan masculinizadas y sumergidas en la mirada androcentrista sobre la realidad.
El lenguaje nos transmite unas ideas muy concretas sobre el mundo, sobre lo que es normal y anormal. Por eso, una mujer pública, según la RAE, es una prostituta, y un hombre público no. Por eso no hay hombres ninfómanos: los hombres que disfrutan del sexo son hombres, en cambio las mujeres que disfrutan del sexo son anormales. Para la RAE, la ninfomanía es una patología específicamente femenina, porque todo el mundo sabe que a nosotras no nos gusta el sexo, ni siquiera con nuestras parejas, y a la que le gusta, se le puede insultar de mil formas diferentes, a cada cual más humillante. En el Diccionario de la Lengua Española se recogen decenas de insultos dedicados a las mujeres libres y a las mujeres que no obedecen ni se adaptan a su rol patriarcal tradicional. Y en ninguna se señala que son términos peyorativos cargados de ideología patriarcal.
El equipo de Radio Inclusión Disidente y Repositoriodigital.cl